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El día cinco le tocaba al Barrio El Centro. La carroza salía o bien de la casa de la señotita Elena o de la señorita Bertha,quedando ambas casas al frente de las dos esquinas del poniente del bloque o manzana de la Alcaldía Municipal. Este barrio hacía sus celebraciones sin necesidad de la cooperación popular. Esta cooperación la recibían los demás barrios por medio de rifas de objetos o pequeñas fiestas que celebraban para recoger fondos y sobre todo las famosas "entradas" que celebraba el barrio entero en su día.
Estas "entradas" consistían en que en la casa de donde salía la carroza se reunían los habitantes del barrio, en donde se vendían dulces, refrescos, alborotos, pan dulce, sandwichs, pupusas, pasteles, chancacas y otras golosinas, todo a beneficio de la mayordomía del barrio. Todos colaboraban de manera honrada, Hernán Calles jamás vió que alguien se cogía para sí un centavo. Allí los niños, los adolecentes, los jóvenes y las personas adultas congregadas se divertían charlando, bailando los jóvenes al compás de las notas de la marimba o de una orquesta típica, desde las dos de la tarde hasta el anochecer.
El Barrio El Centro no celebraba "entradas". Las señoritas del Barrio El Centro constituían un grupo compacto enlazado sobre todo por los vínculos del dinero, porque en realidad, las personas que lo formaban vivían en barrios distintos: las señoritas Margarita, Lulú, Ana Ester y María Consuelo Pacheco vivían en el Barrio San Juan y sus primas Josefina, María Teresa, Jesús Olimpia y Rosa Catalina Pacheco Perdomo vivían en el Barrio Dolores, los mismo que Jesús Perdomo, Josefina Garay Pacheco, Dora y Olga Ortega, Matilde y Olga Urrutia. Sólo las hermanas Munguía, Hilda, Marina, Esperanza, Altagracia, Aracely y María Teresa; Cristina y Sofía Araniva, Margarita y Bersabé Araniva Marín; Bertha y Juana Zelaya, Elena Funes, Rosa María Gómez y Jesús Rosales vivían en El Centro. Las hermanas Rosalina, Lidia y Bertha Sánchez y Cristina Aparicio vivían en el Barrio San Juan. Alba Guandique y su hermana Rosa Cándida vivían en el de Dolores.
Y como todas eran, en su mayor parte, de posición económica fuerte y algunas aunque modestas por su reconocida estabilidad pecuniaria, daban la contribución que exigían las festividades.
Por la tarde del día cinco se celebraba la procesión del Divino Salvador del Mundo que recorría las mismas calles de las carrozas, además de que lo hacía también alrededor del parque. Esta procesión era multitudinaria con la feligresía local y con las del vecindario de los cantones que se daban cita ese día para rendirle culto a su patrono celestial.
Por la noche de ese día cinco de agosto, la banda municipal o la banda regimental de San Miguel daba un concierto con marchas famosas o con valses de Strauss, o La Flor del Café, del maestro guatemalteco Alcántara, o Tecum Umán, del maestro Castillo...Ese día los grandes señores de la ciudad se daban cita desde temprano, ocupando los asientos semicirculares con respaldo, situados frente a las cuatro esquinas del kiosko, desde donde escuchaban con verdadera atención y deleite las armónicas notas de los instrumentos.
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El día cinco le tocaba al Barrio El Centro. La carroza salía o bien de la casa de la señotita Elena o de la señorita Bertha,quedando ambas casas al frente de las dos esquinas del poniente del bloque o manzana de la Alcaldía Municipal. Este barrio hacía sus celebraciones sin necesidad de la cooperación popular. Esta cooperación la recibían los demás barrios por medio de rifas de objetos o pequeñas fiestas que celebraban para recoger fondos y sobre todo las famosas "entradas" que celebraba el barrio entero en su día.
Estas "entradas" consistían en que en la casa de donde salía la carroza se reunían los habitantes del barrio, en donde se vendían dulces, refrescos, alborotos, pan dulce, sandwichs, pupusas, pasteles, chancacas y otras golosinas, todo a beneficio de la mayordomía del barrio. Todos colaboraban de manera honrada, Hernán Calles jamás vió que alguien se cogía para sí un centavo. Allí los niños, los adolecentes, los jóvenes y las personas adultas congregadas se divertían charlando, bailando los jóvenes al compás de las notas de la marimba o de una orquesta típica, desde las dos de la tarde hasta el anochecer.
El Barrio El Centro no celebraba "entradas". Las señoritas del Barrio El Centro constituían un grupo compacto enlazado sobre todo por los vínculos del dinero, porque en realidad, las personas que lo formaban vivían en barrios distintos: las señoritas Margarita, Lulú, Ana Ester y María Consuelo Pacheco vivían en el Barrio San Juan y sus primas Josefina, María Teresa, Jesús Olimpia y Rosa Catalina Pacheco Perdomo vivían en el Barrio Dolores, los mismo que Jesús Perdomo, Josefina Garay Pacheco, Dora y Olga Ortega, Matilde y Olga Urrutia. Sólo las hermanas Munguía, Hilda, Marina, Esperanza, Altagracia, Aracely y María Teresa; Cristina y Sofía Araniva, Margarita y Bersabé Araniva Marín; Bertha y Juana Zelaya, Elena Funes, Rosa María Gómez y Jesús Rosales vivían en El Centro. Las hermanas Rosalina, Lidia y Bertha Sánchez y Cristina Aparicio vivían en el Barrio San Juan. Alba Guandique y su hermana Rosa Cándida vivían en el de Dolores.
Y como todas eran, en su mayor parte, de posición económica fuerte y algunas aunque modestas por su reconocida estabilidad pecuniaria, daban la contribución que exigían las festividades.
Por la tarde del día cinco se celebraba la procesión del Divino Salvador del Mundo que recorría las mismas calles de las carrozas, además de que lo hacía también alrededor del parque. Esta procesión era multitudinaria con la feligresía local y con las del vecindario de los cantones que se daban cita ese día para rendirle culto a su patrono celestial.
Por la noche de ese día cinco de agosto, la banda municipal o la banda regimental de San Miguel daba un concierto con marchas famosas o con valses de Strauss, o La Flor del Café, del maestro guatemalteco Alcántara, o Tecum Umán, del maestro Castillo...Ese día los grandes señores de la ciudad se daban cita desde temprano, ocupando los asientos semicirculares con respaldo, situados frente a las cuatro esquinas del kiosko, desde donde escuchaban con verdadera atención y deleite las armónicas notas de los instrumentos.
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